Fundación de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española (SEKLE)
Queridos compañeros y amigos:
Como sabéis, el día 22 de octubre queremos constituir nuestra Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española (SEKLE). Pues bien, por la mañana hemos organizado una Mesa redonda bajo el título: “Vías de apropiación en la actualidad del pensamiento de Kant. (A propósito de la constitución de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española)”. Dicha Mesa redonda tendrá lugar de 10’30 a 13’30 horas en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Se iniciará con unas palabras de saludo del Sr. Decano, será moderada por el Prof. Juan Manuel Navarro, e intervendrán en ella los Profs. Mario Caimi (Buenos Aires), Felipe M. Marzoa (Barcelona), Dulce Mª Granja (México), Vicente Durán (Bogotá) y José Luis Villacañas (Madrid). Al finalizar sus intervenciones habrá un coloquio entre todos los presentes.
Por la tarde, a las 17 horas y en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense (el edificio situado en frente de la Facultad de Filosofía), tendremos la Asamblea Constituyente de la SEKLE según el siguiente Orden del Día:
1º Saludos y explicación del procedimiento
2º Lectura, propuestas y aprobación de los Estatutos
3º Nombramiento de la Presidencia
4º Establecimiento de la cuota y del boletín de inscripción
5º Determinación del primer congreso de la SEKLE
6º Órganos de publicación
7º Otras actividades
8º Ruegos y preguntas
En documentos adjuntos se envían los Estatutos que serán presentados en la Asamblea, más el Boletín de Inscripción que todos los presentes habrán de cumplimentar y entregar al inicio para tener voz y voto en la misma. Aquellos que, no pudiendo asistir, quisieran sin embargo inscribirse en la SEKLE asimismo como Miembro Fundador, no tienen sino que mandar, antes del día 22 de octubre, ese Boletín cumplimentado y firmado, ya sea escaneado a este mismo correo electrónico, o bien a la siguiente dirección postal:
Prof. Nuria Sánchez Madrid
Facultad de Filosofía
Universidad Complutense
Ciudad Universitaria
28040 – Madrid (España)
Tendremos sumo placer en veros durante esa jornada kantiana, que abre para todos nosotros interesantes perspectivas de colaboración en la tarea del pensar.
Un abrazo.
Juan Manuel Navarro Cordón y Jacinto Rivera de Rosales
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Estatutos de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española
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Boletín de inscripción en la SEKLE
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ESTA ES MI FILOSOFÍA
(Fragmnetos del ISBN: 978-958-44-5959-6)
Favor dar una opinión.
KANT, ARISTOTELES, LA EXPERIENCIA, EL CONOCIMIENTO
Sin lugar a dudas, Kant da principio a su obra cumbre con las mismas ideas con que Aristóteles da inicio a su obra “Metafísica”: las percepciones. A estas impresiones Kant las llama objetos, base de la experiencia. No falta aquí el actuar del sentido de la visión. Este sentido es clave en Filosofía y en Metafísica; sin éste, es imposible conocer estas ciencias. Las percepciones avivan este sentido; Kant lo afirma cuando dice: “…si no fuera por los objetos que, excitando nuestros sentidos de una parte…”
Manejando este criterio, no obstante, hace una diferencia entre experiencia y conocimiento puro, refiriéndose, en este último caso, al conocimiento cuya fuente está más allá de la experiencia. Nos habla de sumarle las impresiones sensibles emanadas de la fuente (el Espacio) parte de nuestra facultad de conocer, ayudando de esta manera a la creación de algunos conceptos y formas; o sea que nos apoyamos en una idea y la reforzamos con otras extraídas de una experiencia adyacente emanada de otras informaciones. He aquí un nudo nada fácil de soltar; por tal razón Kant dice: “…y que no podamos distinguir este hecho hasta que una larga práctica nos habilite para separar esos dos elementos.” No sólo en lo referente al conocimiento a priori y al empírico (todo conocimiento a priori termina convirtiéndose en empírico), pues se necesita de mucha atención, mucha afinación del “oído” para separar las dos clases de conocimiento, sino también en lo de sumarle otras ideas al conocimiento puro a fin de volverlo más comprensible. Algunos investigadores de esta ciencia afirman que no se le agrega ninguna idea al conocimiento a priori a fin de volverlo más patente, sino que él mismo, al ir apareciendo, se va haciendo más diáfano. Aquí también aparece el nudo que conduce a la duda. Kant dice, al respecto: “las impresiones excitan nuestros sentidos, produciendo por sí mismas representaciones e impulsan nuestra inteligencia a comparar estas representaciones entre sí, enlazándolas o separándolas, y de esta suerte componer la materia informe de las impresiones sensibles…” Así se descubre la Metafísica, se observa la escena filosófica.
En Kant, esta distinción entre conocimiento a priori y conocimiento empírico es de suma importancia, tan es así, que toda su obra gira en torno a este juicio. Su propósito era darle el sentido de realidad a la Metafísica, despejar cualquier duda al respecto; quiso siempre demostrar su existencia. Es él un convencido de esta realidad, pero reconoce la duda en los antifilósofos, quienes intentan por todos los medios “deshacerse” de Aristóteles. Kant sale en su defensa con su obra cumbre “Crítica de la Razón Pura”, apoyándose en un punto sustancial, el Espacio; es decir le da un lugar de origen al conocimiento a priori. Con relación a la importancia puesta por él en este punto, dice: “Es, por tanto, a lo menos, una de las primeras y más necesarias cuestiones, y que no puede resolverse a simple vista, la de saber si hay algún conocimiento independiente de la experiencia y también de toda impresión sensible. Llámese a este conocimientos a priori, y distínguese del empírico en que las fuentes del último son a posteriori, es decir, que las tiene en la experiencia.”
Todo este desbordamiento de ideas en torno al conocimiento, a la experiencia metafísica, lo inicia Aristóteles de la siguiente manera: “En los hombres la experiencia proviene de la memoria. En efecto, muchos recuerdos de una misma cosa constituyen una experiencia. Pero la experiencia, al parecer, se asimila casi a la ciencia y al arte.” En comparación con este planteamiento aristotélico, Kant se anticipa, buscando puntos de apoyo para sustentar la Metafísica. Sabe a lo que se refiere su “maestro”, Aristóteles; conoce el arte y la experiencia, fundamentales para entrar en la Metafísica, en la Filosofía; sin estos dos componentes no se puede ganar ninguna batalla; es lo expresado por Aristóteles. Kant maneja lo referente a la experiencia en un plano anterior al usado por Aristóteles, aplicándole a este concepto el término conocimiento puro. Este conocimiento puro o a priori, transformado en conocimiento empírico o a posteriori, lo titula objetos, correspondientes a “muchos recuerdos de una misma cosa” utilizados por Aristóteles, donde cosa es objeto. Tenemos aquí, entonces, que a Kant le interesa más el conocimiento puro y el componente Espacio; a Aristóteles, la experiencia, término indispensable para el avance firme; tan es así, que su análisis marca el derrotero para todo proceso, caso único y veraz; quienes se ajustan a él, no sufren derrotas y aprenden a distinguir los tiempos con exactitud aun en el interior con respecto a las sustancias sensibles reconocidas de manera total, sin adelantarse ni atrasarse, sin tomar rumbos adversos, sino dirigido todo bajo la ley y el orden. Con relación a esto, Aristóteles dice: “…y se observa que hasta los mismos que sólo tienen experiencia consiguen mejor su objetivo que los que poseen la teoría sin la experiencia. Esto consiste en que la experiencia es el conocimiento de las cosas particulares, y el arte, por lo contrario, el de lo general.” El cúmulo de experiencias constituye el arte; eso es lo expresado por Aristóteles; el arte para actuar, para defenderse; esquivar las flechas, las propuestas indecorosas como los sobornos; sin arte, se pierde la batalla, de eso no debe quedar la menor duda. El arte se asemeja mucho a la inteligencia y a la astucia. En este sentido el arte depende de la experiencia. El arte, además, representa al sujeto competidor, por eso Aristóteles dice: “Porque no es al hombre al que cura el médico, sino accidentalmente, y sí a Calias o Sócrates o a cualquier otro individuo que resulte pertenecer al género humano.” El arte debe servir también para la paz; curar a Sócrates, a Calias o a cualquier otro personaje de este tipo (héroes) se traduce en paz, si bien toda enfermedad corresponde a la guerra; es decir, toda guerra es una enfermedad, eso es categórico. En esta proposición Aristóteles hace una distinción entre hombre e individuo del género humano, donde aquél es inferior a individuo del género humano, ubicando a éstos entre los héroes como Sócrates y Calias. Siendo inferior el hombre, corresponde a lo particular, y el cúmulo de éstos constituye al héroe, o sea a Sócrates, mismo Cristo. Sócrates es lo general; si se cura él, se cura a los hombres, lo particular. Sócrates, en este caso, representa el arte; Sócrates es un cúmulo de experiencias. Con esto, Aristóteles coloca el punto sobre las íes, dándole la verdadera significación al sujeto, teniendo lo cual un valor tan significativo como el correspondiente a Espacio y a conocimiento a priori manejados por Kant. Cualquier investigador de estos temas sabe de la importancia trascendental de estos juicios; son como dos faros en la Filosofía.
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EL SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD EXPRESADO POR KANT PESE A LA EXACTITUD MOSTRADA POR EL EN LA PROPOSICION Y EN LA EXPERIENCIA.
Existe un sentido de culpabilidad en la conclusión de cada ciclo, al término de todo proceso; una culpabilidad experimentada inclusive bajo la prueba física de la exactitud en las funciones. ¿Por qué esto? Obviamente a fin de no dar a los contrarios espacios flacos. De esta manera se está bajo un régimen estricto, buscándose con dicha actitud una limpieza cada vez mayor. Se entiende así, una ganancia mínima y una pérdida mínima, pero una ganancia total si se realiza una comparación con el otro resultado, el de los primeros tiempos.
No se conoce otro filósofo que analice con mayor preocupación este sentido de la culpabilidad, que Kant. La mayor parte de su obra cumbre se afianza en esto, y con mucha razón hace énfasis en el conocimiento puro. Es como si con tal cosa intentase quedar libre de culpa, dejándole toda la responsabilidad a los propiciadores del conocimiento.
Miremos esto como un punto con dos líneas paralelas que se convierten en paredes, y un punto transformado en una vía. Así se halla el sujeto, en la base del proceso, mirando hacia los lados, en la búsqueda de una respuesta cargada de trascendencia.
En los momentos siguientes a la experiencia (entendiéndose por experiencia determinación: fin de la obra si se ha optado por la armonía, o si se elige la inmolación como método de limpieza) se entra en esa etapa donde predomina el sentimiento de incumplimiento; se observan los límites, el antes y el después, sin faltar el punto céntrico. Se busca la falla, y en la parte más excelsa de la lidia aparecen puntos oscuros; esto muestra lo de la carencia total de la excelsitud en el manejo y preparación de los elementos.
Nunca se está conforme con los resultados, pese a la mejoría constante. Frente a estos tropiezos Kant produce “Crítica de la Razón Pura”, como una especie de bálsamo para él y para los filósofos del futuro: “Esta es la ocasión de dar una señal por la que podamos distinguir el conocimiento puro del empírico. La experiencia nos muestra que una cosa es de tal o cual manera; pero no nos dice que no pueda ser de otro modo.” Explicación: Su afán es, como dijimos antes, dejar la responsabilidad en otras manos de tipo superior y no en las suyas. Su interés es hallar una diferencia destacada entre estos dos conceptos; su propósito: no ser culpable, y si existiese alguna culpa, ésta recaería en los creadores de las ideas y las formas. Aquí, Kant nos habla de dos formas únicas de la presentación del proceso: la información directa de la fuente, sus superiores, y la asimilada por otros medios, siendo una superior a la otra, sin lugar a dudas, no habiendo intervención humana en el primer caso; en el segundo, se entra en la duda, existiendo la posibilidad de un cambio sustancial, de desorden a reposo, volviéndose al estado anterior, antes de la inconsistencia. Esta etapa de dudas, Aristóteles la nombra como seres matemáticos; esto es: sustancias sensibles no admitidas en su totalidad.
Refiriéndose a esto mismo, a esta condición de la materia, Kant dice: “Si se halla una proposición que tiene que ser pensada con carácter de necesidad, esa proposición es un juicio a priori.” Volvemos aquí al caso de la duda con mayor expresividad. Se ha avanzado más de la mitad del trayecto, se siente la presión de lo opuesto, hay perfume y sangre; hay monstruos en la distancia, esperando; se presentan imágenes, fantasmas con apariencia de reinas adornadas con toda clase de joyas; se muestra la figura siniestra de la herida soltando la sangre. Sin embargo todo esto obedece a un principio, todavía no es el momento del ofrecimiento. Hasta aquí, hasta este punto del recorrido, queda faltando poco; no obstante la distancia corta faltante resulta más ardua en comparación con la anterior, pues en el momento de la aparición de la herida se comienza con el ascenso.
Si la proposición se somete a análisis, si aún cabe este manejo, esta actividad, es porque el sujeto todavía puede moverse en medio del caos, aún no ha sido inmovilizado sobre los troncos. Muchos sujetos claudican ante la presión; conociéndose esto como ceder ante la necesidad, la agonía. Proposición es una voz, un llamado, un canto, donde el sujeto queda encantado. A tal cosa se refiere Kant cuando dice: “Si se halla una proposición que tiene que ser pensada con carácter de necesidad.”
Cuando el sujeto es inmovilizado completamente, entra en la etapa donde no hay retorno, de nada le vale entrar en análisis en procura de un milagro. La proposición, aquí, no es pensada con carácter de necesidad, si bien el sujeto no se pertenece; él no actúa: lo destrozan sus propios hombres.
Toda proposición o maduración del producto está sometido a la templanza de los vigías, pues son ellos los encargados de abrir las puertas a los visitantes. Uno de estos visitantes puede ser un elemento contrario al reino; puede tratarse de un enfermo. El vigía, por tanto, debe diferenciarlos. Todo visitante debe traer oro; jamás debe llegar acompañado de serpientes ni ninguna otra clase de monstruo. Mientras no se permita la entrada de tales elementos negativos, se perpetúa la vida. Desafortunadamente los monstruos, las más veces, se disfrazan de reinas. A todo esto le temió Kant, y escribió “Crítica de la Razón Pura” no sólo como un remedio para él y los demás filósofos, sino también para deshacerse del monstruo del sentimiento de culpabilidad frente a las proposiciones difíciles del primer juicio.
Es tal la responsabilidad de Kant frente a la toma de decisión en cuanto a la entrega de los valores, que se exige a sí mismo más precisión en la precisión. ¿Por qué tal cosa? Obviamente para quedar bien ante sus superiores, que éstos lo vean como lo excelso de lo excelso. Esto dice él: “La experiencia no da nunca juicios con una universalidad verdadera y estricta, sino con una generalidad supuesta y comparativa (por la inducción), lo que propiamente quiere decir que no se ha observado hasta ahora una excepción a determinadas leyes.” Lo de la suposición y comparación (supuesta y comparativa) es un concepto suyo, como también lo es lo de “no haberse observado hasta ahora una excepción a determinadas leyes”, en razón de su olfato y de su oído bien desarrollados. Siempre está Kant dando un paso adelante en la contienda a fin de no dejar deudas, pretendiendo dejar claro que en lo limpio, siempre queda algo de sucio; así, Kant siempre limpió lo limpio, rechazando de esta manera todo asomo de inducción por parte de los contrarios.
Experiencia es decisión (el otro concepto de experiencia manejado por Kant es el más relevante en Filosofía, hallándose bajo la norma de menor tiempo posible, comparándose esta clase de experiencia, o mejor, este tiempo de la experiencia, con la duración del rayo), dándole Kant un sentido fallo de universalidad aún sin haber espacios para el cambio mínimo, si bien el peso es aplastante y toda voz de súplica se pierde en lo que resta del universo: nada. Pese a no haber nada, Kant dice lo contrario, que siempre queda algo, una pizca de posibilidad… Pero ¿por qué esto, esta como terquedad de su parte? Obviamente para no mostrarle debilidad al enemigo y continuar dándole batalla aún después de la inmovilidad, es decir hasta el último segundo de vida.
En algunos casos Kant nos muestra la experiencia como la figura de una fuerza incontrolable, lo cual es cierto. En este sentido el efecto de la experiencia depende de la disposición del sujeto y de fuerzas superiores. Prueba de esto lo vemos cuando Kant dice: “Por tanto, la universalidad empírica no es más que una extensión arbitraria del valor, pues se pasa de un valor que corresponde a la mayor parte de los casos, al que corresponde a todos los casos.” ¿Por qué arbitraria?, precisamente al entenderse, y de hecho lo es, como una decisión tomada por el sujeto, siendo éste quien le da, arbitrariamente, el sentido de valor absoluto a priori, cuando bien pudo extenderse esta proposición hasta el punto requerido; aquí se acorta el proceso, eso es todo; es decir, se lo aprovecha antes de tiempo; esto es la universalidad empírica de la sustancia sensible, correspondiente a los seres matemáticos, en el caso del hijo de Nicómaco. Según lo visto hasta ahora, Kant le teme a este mecanismo, prefiriendo el otro: la estricta universalidad: lo excelso de lo excelso, venido de una orden superior; así, él se siente libre de culpabilidad, así no exista dicho veredicto en la acción, lo cual lo confirma él mismo cuando dice: “Conviene servirse separadamente de estos dos criterios, que cada uno es por sí solo infalible.” ¿Por qué se inclina por la segunda opción? Por esto: “Al contrario, cuando una estricta universalidad es esencial en un juicio, esta universalidad indica una fuente especial de conocimiento, es decir, una facultad de conocer a priori”, donde la proposición no es interrumpida, cumpliéndose así con la mejor forma según lo ordenado.
La universalidad empírica se da cuando el sujeto alarga la mano y toca con la punta del dedo la masa, dándose de esta manera la aceleración en el conjunto; a eso se refiere Kant. Toda sustancia sensible en condición universal, se asemeja a la electricidad: no se la puede tocar sin protección, y la protección decae con la vejez del sujeto, en este caso la sustancia se vuelve extremadamente sensible de manera absoluta, atrayéndolo todo. No obstante, dicho caso también se da durante la juventud del sujeto (he aquí, en esta etapa, por cierto arbitraria, la alegoría del niño rey o niño Dios; no es otra cosa. Entre estas figuras, miles de figuras semejantes, tenemos la de Tutankamón). Así, vemos cómo la efigie del sujeto coronado a temprana edad es inferior a la del coronado en edad madura. ¿Por qué? Debido a los riesgos; rara vez el rey tiene paz. Precisamente se es rey a temprana edad debido a un descuido; por eso, Kant dice: “Por tanto, la universalidad empírica no es más que una extensión arbitraria de valor, pues se pasa de un valor que corresponde a la mayor parte de los casos, al que corresponde a todos ellos.”
Si suceden todos estos casos, ¿existe o no existe la metafísica?